Hace cinco siglos, cuando América fue apresada por el mercado mundial, la civilización invasora confundió a la ecología con la idolatría. La comunión con la naturaleza era pecado. Y merecía castigo.
Para la civilización que dice ser occidental y cristiana, la naturaleza era una bestia feroz que había que domar y castigar para que funcionara como una máquina, puesta a nuestro servicio desde siempre y para siempre. La naturaleza era eterna, nos debía esclavitud.
En América se impuso a la tierra devastadores monocultivos de exportación.
Ahora, sus verdugos, nos dicen que hay que protegerla. Como si ella estuviera fuera de nosotros.
Eduardo Galeano
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